Estamos reunidos en un congreso cuyo tema central es la comunicación popular. Este solo hecho nos obliga a referirnos a la comunicación desde la perspectiva de la vida cotidiana, de la historia y de la política. También porque la pregunta sobre la comunicación no puede formularse nunca al margen al margen de los contextos, los escenarios y los actores que la protagonizan. En realidad, creo que esto es lo que deberíamos hacer siempre.
El sistema de medios no está constituido no sólo por los medios (la radio, la televisión, los diarios, las revistas, etc.) sino por una trama compleja que incluye la industria de la comunicación, los intereses económicos y políticos y el poder. Este sistema masivo produce e instala versiones de la realidad, verdaderas interpretaciones, que terminan imponiéndose como “sentido común” y legitimándose como conocimiento válido para gran parte de la sociedad y de la ciudadanía.
El presente suele ser la estación de nuestros agobios. El tiempo de las urgencias. Pero también es el espacio de la acción con la que, necesariamente, iremos conformado el diseño del futuro. Como bien lo señala Miguel Godet “el futuro no está escrito en ninguna parte, queda por hacer”. Es allí donde se abre todo el panorama de la acción del sujeto. Porque lejos de prever el futuro o de anticiparlo como modo de preparación, lo que exige hoy el desarrollo de la sociedad compleja en la que estamos insertos es asumir el desafío de construir el futuro actuando desde el presente a partir de las imágenes construidas, utilizando toda la capacidad creadora pero también otorgando valor científico a nuestros sueños y a nuestras utopías.
El desarrollo tecnológico impulsó, sobre todo en la última década, el surgimiento de nuevos formatos y otros lenguajes periodísticos. En ese contexto creció también la idea del periodismo digital como una derivación del ejercicio clásico de la profesión, pero al mismo tiempo con una gramática propia que incide en los productos informativos. Tal es así porque se modifican los procesos de producción, porque las formas no son ajenas a los contenidos y porque lo digital, vinculado también a la instantaneidad y a la interactividad, modifica la relación entre el medio, los periodistas, las audiencias y los públicos. No todo es nuevo, pero hay mucho nuevo. Nadie podría negar la evidencia de esta realidad, sobre la que bien vale la pena reflexionar porque tiene influencia directa en los procesos de producción, en la conformación de audiencias específicas, en las condiciones laborales de los propios profesionales de la información y hasta en la economía de las empresas.
El desarrollo está absolutamente vinculado al modelo de democracia que las sociedades se planteen y esto último es inseparable del concepto de ciudadanía y participación. La democracia no es un bien innato a la vida en sociedad. Es preciso educar en la democracia y comunicar su sentido y sus valores. La educación para la democracia y la comunicación democrática son esenciales al desarrollo. El espacio público, lugar simbólico y material de disputa de sentidos y de poder es un escenario atravesado por la comunicación. La batalla por el desarrollo se da hoy de manera particular desde el ámbito local en tensión con lo global, y en el espacio público. Este hecho problematiza el rol y la función de los comunicadores de cara a su aporte al desarrollo.